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Microrrelatos con champagne: calma viva

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“Dustin Tebbut, White Lines”

Me llegaba el agua hasta los pómulos. Tenía la cabeza apoyada sobre uno de los bordes de la bañera, y reclinada hacia atrás para que la nariz también quedara fuera. Enfrente un grifo algo viejo y con bastante cal encima, pero ya lo había parado. La luz estaba encendida, pero era una luz muy tenue, como una de esas bombillas antiguas que al encenderse daban sombra a todo el espacio iluminado. Escuchaba mis latidos, y una respiración que se hacía cada vez más amplia; y suspiraba rítmicamente cada cierto número de ventilaciones, pues a quién no le viene bien llenarse la bañera de agua caliente y dormitar hasta que te entre frío, o te arrugues como una buena pasa. Pero no me preocupaba, porque fuera un radiador mantenía la temperatura de manera que me entrara calor al escaparme. Las paredes de un color rosáceo apagado ciertamente anaranjado, al igual que la bañera, añadían más calidez si cabía. A veces abría los ojos y giraba la cabeza, y miraba hacia todos los rincones en busca de alguna respuesta, pues aunque las respuestas se fabricaran en mi mente, casi siempre había algo fuera que desencadenaba una reacción de pensamientos hasta dar con el que me aseguraba que todo estaba bien, que había una explicación, aunque no la conociera, y que nada era por casualidad; las casualidades raramente se dan por capricho, mas por emoción. Y no me equivocaba. A mi derecha, a la distancia justa de un brazo, o quizás un poco menos, un pequeño taburete sobre el que reposaba una botella de champagne y una copa llena, que se iba vaciando, y se volvía a llenar dejando un inevitable rastro de agua en el suelo. Todo lo que hacemos deja rastro, aunque ya se secaría. Y pasaban los minutos sin consciencia; y cada vez veía más borroso. Y abría menos los ojos, pues me mareaba; pero todo estaba en calma. Y era yo quien daba vueltas a mi cabeza, hasta que me dormía del todo y lo olvidaba. Y al despertar todo estaba en orden, me ponía de pie muy lentamente y, mirando a un punto fijo en la pared, de entre todos los que había, me cruzaba de brazos y esperaba a que el tiempo me secara. Entonces cogía la toalla con la mano derecha y, como sin querer mojarla, me acariciaba a pequeños golpes cada gota que quedaba. Primero por los brazos; luego por los pies y terminaba sobre la alfombrilla, y cogía el albornoz, al tiempo que pensaba que las cosas buenas hay que repetirlas más a menudo. Y la vida continúa.

Microrrelato escrito por Thinking Lola

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