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Microrrelatos sin champagne: Mammarella

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“Syml, Where’s my love”

Y allí estaba yo, esperándola en el club nocturno en el que solíamos vernos a menudo. Vestía un traje negro, camisa blanca y zapatos; pajarita en el cuello, sonrisa en la cara y todo el pelo engominado hacia el lado derecho: era lo que se llevaba en aquella época. Durante varios días había estado dudando en si conservar o no el bigote, pero finalmente preferí afeitarme para la cita. Miré de reojo el reloj de pulsera que llevaba puesto intentando estimar el tiempo de retraso con el que llegaría, pero lo cierto es que me atrajo más el color dorado de su esfera que la hora. Levanté la mano haciendo un gesto que llamara la atención del camarero, que me devolvió con la cabeza dándome a entender que se había dado cuenta, aunque tardaría un poco. Entretuve la espera oteando con la mirada hacia lo que había en aquel momento a mi alrededor: iluminados por una luz tenue, a la derecha, una mesa al fondo se reía con alguna historia imposible de escuchar, pues estaban demasiado lejos; a la izquierda, justo enfrente, sobre el escenario sonaba un concierto instrumental en directo, de un jazz suave y agradable que ambientaba la velada produciendo la misma sensación que la de estar en casa. Las paredes rebosaban de estanterías con botellas, tanto llenas como vacías; tanto antiguas como nuevas, pero no sobrecargaban la decoración. De repente vino el camarero:

  • ¿Desea algo el señor? –preguntó muy educadamente–.
  • Estoy esperando a alguien, ¿qué tienen para beber?
  • ¿Qué le apetece?
  • Prefiero que me lo proponga usted.
  • Pues tenemos lo de siempre: puede pedir agua, o bien alguna de las bebidas que ve detrás de la barra, las que ya conoce.
  • A ver… –después de unos segundos pensando, casi decepcionado, encontré en un rincón, escondida, una etiqueta que desconocía, y pregunté tan rápido como me di cuenta de que aquella es la que quería– ¿Qué es aquello?
  • ¿El qué? –respondió el camarero extrañado, como si allí no hubiera nada–.
  • Aquella botella del fondo, ¿de qué es?
  • Quizás sea una vieja botella, a veces las usamos como decoración.
  • ¿Puede preguntar si tienen? –le repliqué con la ilusión del que recibe un regalo inesperado–.

Gesticuló una muestra de cansancio, se volvió a posicionar la servilleta blanca que le colgaba del antebrazo y se dirigió hacia la cocina, donde permaneció durante unos minutos. Finalmente, salió con una botella de cristal sobre su bandeja que sin lugar a dudas era para mí: era la misma en la que yo me había fijado. Al dejarla sobre la mesa le pregunté el nombre, pero se había ido tan rápido que no me había dejado opción a nada, así que no me quedó más remedio que leerlo directamente en la etiqueta: “Cerveza Mammarella” […] Qué nombre tan bonito –pensé–. Por supuesto la probé, y me gustó. Mucho. Enseguida llegó la persona a la que esperaba, y volví a levantar la mano haciendo un gesto al camarero, pero esta vez señalando la botella para que no perdiera el tiempo. Aquella situación me dio que pensar durante un rato, y es que es increíble la de cosas que desconocemos por el miedo a equivocarnos… pero no nos damos cuenta. Ahora tenía delante a una de las personas más especiales que había conocido nunca, y estaba decidido a aprovechar al máximo mi cita.

Microrrelato escrito por Thinking Lola

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