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Microrrelatos sin champagne: Murcia

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“Buika, No habrá nadie en el mundo”

Me senté en el sillón más cómodo del mejor rincón de aquel “kahvila”, una de esas cafeterías nórdicas con decoración acogedora y suculentos postres caseros hechos sólo con la intención de que no te muevas de allí en una tarde entera, y que con toda seguridad te harán que mañana vuelvas y repitas; y que sin duda alguna yo repetiré.

Sujetaba una taza de té caliente entre las manos y reflexionaba un poco sobre lo ocurrido en estas últimas semanas de mi viaje, que duraba ya unos años. ¿Qué me está pasando? –Pensaba–. Era increíble cómo a pesar de la belleza extrema de aquel pequeño pueblo finlandés no podía dejar de echar de menos mi lugar de procedencia, del que más me enamoraba cuanto más viajaba. Ya tenía esa sensación de conocer más lugares de los que desconocía, y hacía bastante que había dejado de viajar como un turista; ya no me fijaba sólo en lo bonitas que eran las ciudades, o en su arquitectura, sino en su alma, y en su más profundo ser. Me imaginaba cómo sería vivir allí, y siempre me venía a la cabeza una imagen mía saliendo de un portal: aquella sería mi casa –señalaba–. Justo en el punto más alto de mi dispersión, y cuando más lejos de mi cuerpo me encontraba, alguien se me acercó:

  • Excuse me, can I take the place?
  • Claro, con mucho gusto –la invité a sentarse–.
  • ¿Viajas solo? –me preguntó–.
  • Si, siempre suelo viajar solo. –No me salía dar respuestas largas, pues al fin y al cabo ni si quiera sabía con quién estaba hablando, pero era alguien especial; la gente especial te deja rápidamente una sensación entre desconcierto y curiosidad que no se olvida nunca, y que no se explica, aún con sólo cinco minutos de conversación en una vida. Cuando alguien es especial lo sabes, y lo mismo pasa con los lugares–.
  • ¿Y de dónde vienes?
  • De España. –Me solían preguntar a menudo y siempre respondía con una gran sonrisa, orgulloso de mi origen a pesar de los defectos–.
  • ¿Y de qué parte de España?
  • Murcia, ¿la conoces?
  • No, la verdad que nunca había oído hablar de Murcia antes. –Y no me sorprendía, de hecho lo raro era que la conocieran. Pero ese día estaba de suerte, porque estaba a punto de descubrir un gran tesoro–.
  • ¿Andalucía? –dije yo rápidamente, pues todo el mundo conoce Andalucía–.
  • ¡Sí, el sur!
  • ¡Eso es! Pues justo al lado, a la derecha. Es una región costera con mucho sol. Su luz es diferente a la del resto de lugares… si algún día estás allí sabrás a qué me refiero. –Sonrió, y seguimos hablando durante más de una hora hasta que tuvo que dejarme, y yo seguí también mi camino. Ya se había hecho tarde; nunca volvimos a vernos, pero la recuerdo como si nunca se me hubiera enfriado el té–.

El destino no paraba de enviar mensajes que aclaraban las preguntas sobre mi futuro, aunque fueran indirectas; pero yo las entendía: decidí volar pensando que mi sitio no era España y con el tiempo vi que, muy equivocado, me había dejado una huella demasiado grande. Tuve que volver, pues me encanta España. Y es que sí, me encanta Murcia.

Microrrelato escrito por Thinking Lola

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