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Microrrelatos con champagne: Svizzera in treno

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“Dustin O’Halloran, Arrivals n2”

Viajaba en un tren que me llevaba hacia Austria, y de allí cogería otro que cruzaría los Alpes dirección Italia. La combinación de los aviones hacía de aquella la mejor opción y, por qué no decirlo, me ilusionaba la idea de viajar en tren durante varios días: me encanta viajar en tren. Iba sentada junto al ventanal derecho, con la cabeza reclinada hacia atrás y apoyada en el respaldo. Escuchaba esa canción de piano que tanto me gustaba, la que me solía poner en los viajes y dormir durante un rato, pero sin llegar a coger el sueño. No me acompañaba nadie, pero hacía tiempo que eso había dejado de ser un problema; últimamente casi nada era un problema. Estaba siendo un otoño más cálido de lo habitual; anochecía temprano, pero todavía me quedaban un par de horas para disfrutar de aquellos bellos paisajes. Al fondo, los picos de las montañas se veían nevados; en las colinas no había nieve todavía, pero pronto cambiaría. A veces enfocaba los objetos a distancia media como árboles y piedras que delimitaban el camino a seguir, y parecía como si estuviéramos viajando por un túnel iluminado donde el fondo está pintado en acuarela. Me preguntaba quién viviría en aquellas aglomeraciones de madera que subrayaban los cimares, pues sólo podía imaginarme unas casitas con una habitación despensa repleta de cosas, una chimenea y una cama hecha de lana, de las que llevan varias capas y al dejar caer tu peso te atrapan como si tuvieras que hibernar seis meses. De repente una sacudida acompañada de un estruendo indicaba un verdadero túnel; aún a oscuras, sentí la necesidad de cerrar los ojos para disfrutar la parte final de la canción que llevaba en la cabeza.

  • ¿Y él? –pensé–. No sé cómo lo hace pero siempre llega en el mejor momento. Reflejada en alguna parte de mi mente conseguí verme la sonrisa, es lo que más me gusta de él.

Me desperté al escuchar al revisor hablar un alemán perfecto, salvo por aquel acento que me recordaba que todavía estábamos en Suiza; le enseñé mi billete en la distancia y continuó sin acercarse a mirar, pues con la experiencia habría aprendido a reconocer cuándo todo estaba en orden. Otra vez cerré los ojos: una copa de champagne, y otra vez él… era inevitable, pues cuando uno es feliz se transporta donde quiere, y no al revés.

Microrrelato escrito por Thinking Lola

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