Microrrelatos sin champagne: París
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“Emiliano Branda & Giacomo Grandi, Come un Arc en Ciel”
Ese día llovía como si el mar y el cielo se hubieran cambiado el uno al otro, pero no era excusa para disfrutar de un buen paseo; no solía haber excusa siempre que a mí me apeteciera. Cogí mi chubasquero amarillo, largo hasta casi el suelo, y salí atravesando la ciudad hasta llegar al río. Cuando veía una calle estrecha me paraba un rato, la miraba como si quisiera guardarme de por vida aquella foto y, si me llamaba, cambiaba mi destino descubriendo sus rincones más privados; como andando por la vida. Estaba sola y cada vez llovía más fuerte así que aceleré ligeramente el paso para buscar cobijo. Bajo la arcada de un gran edificio antiguo, una madre con su hijo esperaban con paciencia el momento de seguir disfrutando su paseo; curiosamente llevaban el mismo chubasquero amarillo que yo, y hablaban de su viaje:
- Pues París me parece tan bonito como me lo había imaginado, ¿no crees? –preguntó la madre–.
- Pero llueve y hace frío, y no hay nadie por las calles –respondió el pequeño abrazando su cintura–.
- Eso es lo bonito… no siempre se puede ver el alma de las cosas, hemos tenido suerte. ¿Te adelanto un secreto?
- Sí, ¿cuál es el secreto? –preguntó con inocencia–.
- Sólo es un avance de algo que un día comprobarás por ti mismo –el niño la miraba sin entender lo que estaba sucediendo, pero giraba suavemente la cabeza para no perderse una palabra; parecía muy inteligente–. Quizás un día regreses y te des cuenta de que no es la misma ciudad, habrá cambiado. Recordarás con una sonrisa el olor a lluvia, las calles mojadas, vacías; el frío, el silencio, y a mí, aunque ya no esté. Puede que nos eches de menos, pero serás feliz porque habrás aprendido a ver el alma. El alma de las cosas nunca cambia, y volverás a hablar conmigo. Estaré aquí siempre que me necesites, y París también.
Aquella conversación me hizo reflexionar, pues yo también quería ver aquello de lo que hablaban. A partir de aquel momento me esforcé por no parpadear para no perderme nada, pero con el tiempo me di cuenta de que las cosas que no cambian hay que mirarlas con los ojos cerrados. Luego no se miran, sino que se sienten, y no necesitas moverte para cambiar de sitio; es como viajar en el tiempo. Ese es el secreto.
Microrrelato escrito por Thinking Lola