Donde nacen los buenos consejos

¿Dónde nacen los buenos consejos?

Todos hemos recibido un consejo alguna vez y lo hemos dado en alguna otra pero, ¿de dónde vienen los consejos? Si os dijera que, por ejemplo, la región de la Bretaña francesa es uno de los lugares con más encanto que conozco y que no podéis dejar sin visitar sería, posiblemente, porque ya he estado ahí. También porque habría estado en muchos otros lugares antes y, de entre todos, se me habría ocurrido recomendaros ese y no uno que está a cien kilómetros, o a cien mil. Pero para que os hagáis una idea de lo difícil que es acertar con un consejo, estoy seguro de que si nos fuéramos a cien, o a cien mil kilómetros encontraríamos un nuevo lugar que no conocíamos antes, y que ahora se habría convertido en un nuevo consejo a compartir que nos haría cuestionarnos el anterior.

Es cierto que en esta elección jugaría la subjetividad de mi experiencia, y que no tiene por qué ser la misma que la de otra persona que os pueda recomendar no visitar jamás esa región (¡aunque me extrañaría!). Podría ser que esa otra persona no hubiera conocido tantos lugares con los que poder comparar el anterior o, simplemente, que busque en sus viajes algo diferente a lo que busco yo. Incluso podría recomendaros ese viaje porque alguien le hubiera dicho que es una región bonita, o porque la haya visto en algún anuncio o documental de la televisión, por ejemplo.

Pero entonces, ¿cómo saber cuando un consejo es un buen consejo? Pues, en realidad, no lo sabremos nunca con certeza. Excepto cuando lo llevemos a la práctica; cuando lo experimentemos en primera persona y nos hayamos creado una imagen mental a la que podamos dar valor y comparar en función de nuestras metas.

Cada consejo será valorado de forma general como positivo o negativo, y se almacenará en nuestra memoria como “este amigo me dio un consejo que me gustó” o, a la inversa, “el consejo de este amigo me proporcionó una mala experiencia”. Cuando se hayan almacenado un número suficiente de “buenos consejos” del mismo amigo, llegará un momento en el que nos dejemos aconsejar con la tranquilidad de saber que sus consejos nos han ayudado muchas veces. Exactamente lo mismo pasa con los consejos almacenados como “negativos”, cerrándonos si quiera a escuchar a esa otra persona que tan poco ha acertado en sus previsiones hacia nosotros.

De esta manera se van creando vínculos que nos llevan a relacionarnos con ciertas personas y no con otras, pero esto no quiere decir que sus consejos no fueran buenos, sino más bien que no fueron buenos para nosotros. Pero quizás sí para otros, con los que se relacionarán.

Si llegamos a entender esto, nos resultará bastante sencillo llegar a la conclusión de que lo mejor que podemos hacer para dar un consejo es no darlo, sino simplemente intentar ofrecer toda la información de la que dispongamos sobre las diferentes opciones de manera lo más descriptiva y objetiva posible, para que sea la otra persona la que integre esta información y construya con ella “su mejor consejo”.

En Thinking Lola somos muy conscientes de ello y queremos hacer todo lo posible por ser ese amigo al que recuerdas como “el que me dio un consejo que me gustó”. No podremos más que ofrecerte la tranquilidad de saber que estamos aquí para cuando nos necesites, porque ya hemos estado otras veces.

Espero que esta lectura os haya resultado tan interesante como a mí escribirla, ¡no dejéis de seguirnos!

Artículo escrito por Thinking Lola.

1 Comentario
  • Pablo Iglesias
    Responder

    ¡Olé!

    11 noviembre 2015 at 11:28 am

Escribe un comentario